Podemos tener nostalgia de la felicidad que nunca alcanzamos, como yo la tengo de las Copas de Europa de la Quinta, y también de la felicidad que se acabó y no nos dimos cuenta de que se estaba yendo, de que se estaba muriendo. Anoche pensaba en el Mundial de Brasil y en la Gran España cayendo desplomada y todos, todos, jugadores, aficionados, prensa, dándonos cuenta de que la fiesta se había acabado. Anoche, el Madrid caía zarandeado por el Arsenal y pensé que este equipo ha escrito la mayor gesta deportiva del siglo XXI en la última década: ha ganado 6 Copas de Europa de 11. Sólo ha cedido cinco en once años en el hipercompetitivo fútbol de la Champions. No veremos algo igual. Repaso las alineaciones tomando como referencia las de las finales contra la Juve y la primera contra el Liverpool: ayer ya no había nadie de aquel equipo. Ni Carvajal, ni Kroos, que estaban en la del año pasado, sólo los restos de Modric del que empiezo a dudar si no se está haciendo daño al empecinarse en seguir y seguir sin ser ya un jugador de élite. En la de hace tres años había todavía cinco. En la primera, la de Lisboa, había 6 jugadores que luego ganaron al menos tres más. No nos dimos cuenta y se habían ido todos.
No enfocaron ayer al Sultán de Chamartín. Ese señor que ha logrado ganar más Copas de Europa que nadie y que, a la vez, ha dilapidado el prestigio del club enfrentándolo a los aficionados de todos los demás equipos del país, a la UEFA, los árbitros, la Liga y a casi cualquiera que no sea aficionado y creyente del Madrid o periodista deportivo en la Meseta. Sí enfocaron a Carlo, vencido, con cara de que sabía lo que iba a suceder porque probablemente nunca le hicieron caso en cuanto a qué y cómo necesitaba el equipo, porque él sabía lo que iba a pasar cuando Ceballos se lesionó hace unas semanas y porque los ve entrenar todos los días y come con ellos y no fueron a la ceremonia del Balón de Oro, esa celebración de la estupidez que sólo alienta egos en un deporte de equipo y a la que el Madrid se ha entregado con una ceguera impropia de un gran club y porque ve que los delanteros no corren y sabe que si un equipo no corre y no es infinitamente mejor, pierde. Y porque Carlo sabe que hay algo aún peor que no correr, que no trabajar, que no ser solidario: creerte mejor de lo que eres.
El Madrid ha cimentado su éxito en una planificación a medio plazo que ha tenido tantas luces como sombras pero que ha contado con varios factores que siempre ayudan: al no tener crítica ni interna ni externa, las equivocaciones nunca han sido por prisas o por urgencias. Si no creen que necesitan un central, no lo fichan. Saben que ni la afición ni la prensa van a criticar al club. Si acaso, caerá alguna crítica contra algún jugador o en el entrenador, que para eso están. Pero si la crítica debilita, el halago lo hace aún más. Esta temporada han planificado una plantilla con dos agujeros negros en dos de los puestos capitales en el fútbol: el organizador y el delantero centro. Kroos y Benzema. Probablemente no haya dos jugadores jóvenes de ese nivel fichables porque Pedri y Haaland no los puedes fichar. Pero el fútbol, diga lo que diga Florentino, es un deporte de equipo jugado por especialistas que tienen que encajar. Puedes jugar con un 442 o un 433 o como Lillo o algún genio escondido se invente, pero necesitas un gran portero, un gran central, un gran medio centro, un gran delantero. Antes también se necesitaba un gran mediapunta, pero como es una especie en extinción, no lo pediremos. Rodri se lesionó y el City se desplomó. Kroos se fue y ni Mbappe ni nadie pudo tapar la devastación del vacío. El fútbol es un deporte de equipos que dominan los grandes delanteros, pero sólo cuando tienen grandes centrocampistas detrás.
Mbappé llegó a Madrid e hizo lo que cualquier buen tipo haría al llegar a un nuevo trabajo: respetar a los demás, ser amable y llevarse bien con todo el mundo. Puede que salude a los empleados de Valdebebas y de las gracias en la cafetería. Pero eso no sirve en un equipo. Cuando veo a Vinicius fallar penaltis pienso en Van Basten reventando la puerta del vestuario porque Sacchi lo obligó a descansar un partido. No, no, Mbappé, eres el mejor del mundo, tienes que creértelo y tienes que asumir esa responsabilidad. Vinicius ayer fue el mejor cuando ya no había necesidad y no importaba. Es un personaje curioso Vinicius: ha sufrido el racismo de nuestro país más que ninguna otra estrella últimamente, ha ganado dos Champions siendo la gran estrella en una de ellas pero se ha hundido cuando ha pensado que era el mejor, que había llegado a la cima. La vanidad que lo lleva a bajarse de un avión para no recoger el premio al segundo mejor jugador del año, un premio que haría feliz a cualquier futbolista sensato, le sirve para encarar infinitas veces en el mismo partido sin tener miedo nunca al error, pero esa misma vanidad —y una notable falta de inteligencia— lo hacen peor jugador y —ay, Kroos— lo llevan a tomar malas decisiones continuamente. Que el club admita sus caprichos y sus rabietas tampoco le ayuda.
El Madrid como espíritu de la España Castellana y Conservadora parece haber copiado las formas e ideas trumpistas, (para horror de tantos aficionados propios y ajenos). No le neguemos esa enorme capacidad de ir con los tiempos, aunque sean tiempos apocalípticos. Se inventa enemigos imaginarios como los árbitros: que el Madrid (y el Barça, por supuesto) se quejen de los jueces en un país como España en el que la justicia siempre va con los poderosos es sorprendente e insultante a partes iguales. El deseo de destruir la Copa de Europa (y las ligas nacionales) con una Superliga que nadie quiere es la parte antisistema que todo buen trumpista tiene que tener. La fijación con la Champions que le hace despreciar tantos años la liga y la copa es una buena muestra de que los objetivos del club, o del presidente, o de todo el entramado-club-estado que es el Madrid no tienen nada que ver con los objetivos de sus aficionados.
Pienso en Carlo y en cómo se le cayó el equipo cuando había logrado montarlo de nuevo alrededor de Ceballos. Una lesión muscular más en una temporada en la que hay tantas. Pero en un momento clave. Como la de Raúl que le impidió jugar contra Corea. O como tantas otras que definen ligas y mundiales porque el fútbol es así y a veces hay un centímetro de bota de Courtois para desviar un tiro de Grealish que va dentro y a veces un tirón inoportuno. Ayer hizo los cambios en el minuto 60 perdiendo 3-0. El Madrid es —también— una religión porque a falta de treinta minutos la gran mayoría de sus aficionados estábamos pendientes de qué podía pasar. No importaba la superioridad del Arsenal, el mal juego del equipo, la inoperancia de los delanteros ni la incapacidad de medios y defensas: nada. No es que creyéramos que se podía remontar: es que íbamos a estar pendientes hasta el pitido final. Salieron Ceballos y luego Modric y el equipo pareció trenzar alguna jugada y Vini enganchó una… y se puso a celebrarla y a hacer gestos. Pocas cosas menos madridistas que celebrar un empate cuando vas perdiendo una eliminatoria por tres goles. Hay algo diferente entre esta derrota y la del City hace dos años: ya no queda nada del Gran Equipo que fue. (Acabo de ver a Carlo decir en la rueda de prensa que durante el año ha faltado actitud colectiva: él sabe que está fuera). Al Madrid le toca montar un equipo nuevo con los mismos jugadores que es una de las cosas más difíciles posibles. ¿Xabi Alonso? Ojalá venga Scaloni. Ojalá salgan y entren varios jugadores y se fiche pensando sólo en el juego y completando una plantilla y un equipo decentes y compensados en todos sus puestos. Ojalá vuelvan a poner todos el fútbol y la liga y la copa en el centro de las cosas importantes. Y luego, la Copa de Europa. ¿Recordáis el señorío? ¿El luchar hasta el final? El Madrid es, o era, el equipo de la gente normal porque siempre había tenido claro qué era lo importante: ganar. Ganar para los que nunca ganan es llegar a fin de mes y poder pagar la luz y el agua y un chándal nuevo para el niño. No me vengan con jugar bien y con mear colonia: ganar. Pagar los recibos e ir tirando. Pero la mejor forma de hacer esas cosas es con sensatez, bondad e inteligencia. Y eso también se ha perdido.

